Hay tanta luz que me escondo bajo
mis enormes gafas de sol, como un búho de madera, de esos que antes
coleccionaba. Siempre he tenido alma de vieja con síndrome de Diógenes, o de
urraca. Ahora, supongo, colecciono un embrollo de palabras: que se han dicho,
que se han ahogado, que he imaginado… de todo un poco. Los búhos, al menos,
ocupaban espacio y se reivindicaban reales. Las letras… no sé.
Hace poco me dije, como tantas
otras veces, que si tu voz ya no llega, seguiría al viento. Pero resulta que… cuando
una es una veleta, los golpes de aire te agitan pero no te mueven.
A veces, con una elegancia
fingida, trato de que no importe. Lo que sea. Cabeza alta… pero mi sombra se
burla de mí. ¡Qué difícil!
Estos días arden, envueltos de un
humo agotado que nos llena de hollín los pulmones. Cuesta gritar, con esta
afonía gris.