Habla la rabia.
No soy una masa informe de barro en tus manos.
Ni la muñeca, de sonrisa congelada, con la que bailas y tiras del pelo.
No soy un trofeo.
Habla el orgullo.
Yo te hice un traje brillante.
Yo he tejido, día a día, las letras que te envuelven,
tapando los agujeros que has ido sembrado de silencios.
Yo te he hecho único.
¿Cuánto crees que aguantaré?
El vacío no tiene aire. ¡Me asfixio!