martes, 22 de febrero de 2011

De dragones, trasgos y pantanos...

Mi monstruo respira acompasado y tranquilo en mi regazo.  Con las zarpas clavadas en mi vientre, se alimenta de mí, despreocupado, inocente.
Yo tiemblo, de forma imperceptible, pero lo hago. No me puedo separar de él.
Cada trago de vida que se lleva consigo, me devuelve un hilo de veneno, que se entreteje por dentro, criando, vaciándome… embalsamando.

Mis ojos, tienen pupilas de muñeco disecado: oscuras y muertas.
¿Es toda esta literatura que me acompaña o es la locura?

El tiempo pasa, él crece, yo menguo.
 Me encorvo, de forma imperceptible, pero lo hago. Me vuelvo gris.

Lo más raro, puedo imaginarme rodeada de luciérnagas, como si fueran cascabeles mágicos en una noche extrañamente azul, pero serena.
Cuanto más trato de pisar sobre la tierra, más salvaje se vuelve la fantasía contra mí. Ojalá escribiera cuentos, tal vez así podría respirar y no simplemente sobrevivir a intervalos entre las olas furiosas.

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